La rápida
evolución de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) y de las demandas sociales que se
desprenden de ese cambio vertiginoso plantea, sin duda, nuevos desafíos a la sociedad en general y a la
educación en particular. Que las TIC se afiancen en las aulas y actualicen
la
forma
de
transmitir conocimientos es solo cuestión de tiempo. Es, como no
podía ser de otra manera, un cambio inevitable que ya ha echado a andar con paso
firme, tan firme que incluso ha dejado atrás a algunos docentes.
A estas alturas
no debería ser preciso mencionar las razones por las que cabría esperar una
mayor presencia de las TIC en el
sistema educativo; más aún cuando los estudiantes de hoy tendrán trabajos en
los que la tecnología y el conocimiento tecnológico serán esenciales. Es cierto
que muchas veces la utilización de los medios digitales depende de la
motivación del profesorado, que con frecuencia se ve superado en formación
tecnológica por sus alumnos, pero ahora el docente debe asumir la extinción de
la era en la que el profesor era el experto que sabía de todo. Y es que no
podemos olvidar que las nuevas tecnologías están en el ocio de los estudiantes
que hoy pueblan las aulas de la ESO,
y no solo en el ocio, sino también en su rutina diaria. El sistema educativo
está obligado a adoptar, por todo ello, herramientas que permitan analizar de
un modo realista e innovador aquellas labores docentes para las que tal vez
puedan existir soluciones tecnológicas eficaces que mejoren la eficiencia del
proceso de aprendizaje o, simplemente, que hagan de la educación un camino de
ascensión interesante, animado y distinto.
Los docentes
tenemos, en este sentido, muchos motivos para usar la tecnología en las aulas,
concebida como un medio —y no
como
un fin— en el
que el profesor es el eje vertebrador. Personalmente, para privilegiar mi papel
como facilitador del aprendizaje, procuro siempre recurrir a
una serie
de herramientas TIC bajo la máxima de hacer del
alumno un sujeto activo dispuesto a «aprender a aprender» y a zambullirse en su
propio proceso de aprendizaje. Son muy frecuentes en mi práctica diaria,
siguiendo esta hoja de ruta, plataformas tan conocidas como Google Drive, Dropbox, Skype, YouTube o Google +, que constituyen una buena estrategia formativa para
asentar una enseñanza abierta, flexible e interactiva que el estudiante puede
utilizar como medio para compartir, precisar y enriquecer su aprendizaje.
En este nuevo
marco comunicativo, la multidireccionalidad juega un papel fundamental. El RSS
aparece como un componente de gran utilidad en la sociedad de la información de
hoy día. Es un formato que permite suscribirse de manera sencilla y gratuita a
los contenidos de un sitio
web para que los usuarios puedan
recibir actualizaciones de contenidos mediante su programa de correo
electrónico o mediante otras aplicaciones web. Hasta el año pasado no conocía
el potencial de este recurso, pero ahora lo he integrado en mi formación para,
entre otras cosas, paliar la necesidad de perfeccionamiento constante que
requiere la sociedad del conocimiento de nuestros tiempos.
Por otro lado, durante las prácticas del
máster que acaban de concluir,
he partido de algunos recursos TIC para impartir mi unidad didáctica.
La elaboración de varias presentaciones con Prezi
constituía siempre un buen punto de arranque para adentrar a los alumnos en la narración, con un diseño
bastante cuidado en el que, a través de imágenes y vídeos, acercaba a los estudiantes a otros ámbitos
más próximos a ellos donde los
mecanismos narrativos
también hacen acto de
presencia (videojuegos, películas, series de televisión, cuentos populares,
etc.).
Con un propósito
similar inmiscuía en mis
clases una herramienta TIC en la
que me introdujo mi tutora de
prácticas: las infografías con Vennage o Piktochart. Los alumnos, reunidos en
grupos, confeccionaban
su
propia infografía
a partir de unas indicaciones sobre el contenido y publicaban en línea sus creaciones para que todos los grupos pudieran
compartir su trabajo en un clima de interacción y comunicación que servía de
vehículo de aprendizaje y cambio. Y todo ello enmarcado en el fomento de la
creatividad y la originalidad que permiten las infografías, un recurso digital
que el alumno puede utilizar como medio para la obtención de información, la
clarificación de ideas, el desarrollo de una comprensión general y la reflexión
y valoración sobre el contenido.
Ahora bien, en
el diseño y la puesta en práctica de mi unidad didáctica no solo descubrí una
herramienta tan práctica y atractiva como la infografía. En una breve
zambullida por la red, tuve conocimiento de la existencia de la aplicación
educativa Storybird, una herramienta
2.0 para construir nuestros propios cuentos a partir de una moderna y
completísima biblioteca de ilustraciones. Los estudiantes, agrupados bajo una
cuenta exclusiva para la clase virtual, podían compartir la dirección web de
sus narraciones ilustradas en la aplicación. De esta manera, las narraciones
podían ser leídas, compartidas e incluso comentadas o valoradas con un «me
gusta», en un entorno motivador y creativo en el que se pretendía que el alumno
despertara, a modo incluso de concurso literario, la imaginación narrativa y el
gusto tanto por la ilustración como por la creación de universos ficcionales
mediante la palabra.
En definitiva,
si realmente se desea que las buenas prácticas en el tratamiento de las TIC se consoliden, el sistema educativo
en su conjunto debe aligerar el peso estructural que obstaculiza la innovación
de nuestras aulas. Debe, en fin, dejar libre un pupitre para las nuevas
tecnologías. ¿Dónde, si no es en las aulas, se puede aprender a manejar de
forma responsable y crítica la abrumadora cantidad de información y a
transformarla en conocimiento?
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