En un lugar de la
educación de cuyo año no querré acordarme, la literatura, desahuciada de su ya
renqueante reino, hostigado desde hacía décadas por la sombra del poder,
habitará la vorágine blanca y muda del olvido. Pero... ¿cómo decía uno de esos
poetas prohibidos? Ah, sí, ya me acordaré de lo que pondrá en esa papelina que
compraré: «El olvido está lleno de memoria». Es extraño, sí, pero compraré versos.
Los que pueda costearme, al menos. Y los compraré porque la literatura y, sobre todo, los versos estarán en
manos de un Ministerio
de Asuntos Literarios. Los libros serán un
arma... Cargada de poder. La educación literaria que se impartirá en la escuela
quedará a merced de una literatura adulterada para automatizar el pensamiento.
Los clásicos pasarán por la pulidora de las sombras del poder. Y dirán lo que
querrán que digan. Jamás se podrá volver a jugar en el Macondo de las clases de
literatura a la vida: las fichas te las moverán antes de que decidas cuál será
tu próxima jugada.
La
poesía, eso sí, será declarada persona
non grata en la escuela. En Colliure, al lado de esa tumba desvencijada en
la que solo quedarán las tres letras finales, «...ado», de un apellido en otro
tiempo venerado, camellos de versos —o caballos verdes para el sustento versicular, tal y como serán conocidos en
nuestra jerga docente— trapichearán con poemas clásicos en su versión original,
sin el aderezo del poder. A un «polvo serán, mas polvo enamorado» solo le
corresponderá, tras unas buenas dosis de negociación, un «en tierra, en humo,
en polvo, en sombra, en nada». Y un «dichoso el árbol que es apenas sensitivo»
solo se podrá comprar si se canjea por un «hoy estoy sin saber yo no sé cómo». Con
esas papelinas que iré consiguiendo haré balancear la imaginación y la emoción de
los jóvenes. Con esas papelinas cazadas al margen de la ley cruzaré el umbral de las
puertas de las clases de literatura del mañana, esas en las que, por encima del
dintel, asomará un cartel que dirá: «Muera don Quijote».
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